Todos los días, antes de retomar nuestra singladura por aquellas lejanas tierras del norte dábamos buena cuenta de un desayuno que podríamos haber calificado de pantagruélico, como decía mi buen amigo César. El primer día, valiente de mí, unté miel y mantequilla a un bollo de pan… y me gustó. Probé la palmerita de cereales… y me gustó, caté de buena mañana el zumo natural de naranja… y me gustó. Y es que cuando uno está por ahí… todo está bien. ¿Cómo era el país vasco?… “mú bonito, mú bonito tó”.