Euskal Herria - Hondarribia

Euskal Herria 

Hondarribia - Biarritz - Saint Jean de Luz

Egun on. Con estas palabras, que traducidas al erdaraz significan “buenos días”, comenzó nuestro periplo por unas lejanas tierras que hay al norte. Lugar montañoso donde los haya que parece vivir en una perpetua primavera, de cielos grises y sol intermitente. Un territorio garabateado por carreteras no cuarteadas, sin grietas ni remiendos y que durante kilómetros y kilómetros mantienen el mismo color en el asfalto, increíble. 

Y esto que narro es lo que aconteció en nuestro particular ir y venir por aquellas tierras de por allí.

Pues nada, comienzo a pasar a limpio mis numerosas anotaciones, y lo hago, a modo de cuaderno de bitácora, publicando varias crónicas y ésta… es la primera. Que qué busco… pues recordar cuando las lea más adelante mi estancia en esta hermosa tierra que no nos ha defraudado: Euskal Herria, su significado… Tierra de vascos.

Hondarribia

Hacía fresco y el cielo apareció cubierto de nubes grises amenazadoras. No eran aún las 9 de la mañana y ya estaba acomodado en el bus. Mi cámara de fotos en bandolera, el cinturón abrochado, nervioso… y con una cara de “guiri”…, y es que era la primera vez que nos había dado por viajar de esta guisa. Sí, un bus para las excursiones y que todo nos lo pusieran por delante. Sin estar al tanto de señales de tráfico, de radares, de horarios, de buscar alojamiento, de buscar un “comedero”… y ni siquiera un bebedero. Nosotros… a lo que nos dijera nuestra guía, que por ahí… por ahí, que por allí… por allí, sin rechistar.

Y mientras el bus recorría aquellas tierras montañosas camino de Hondarribia, la guía aprovechó para disertar de caza de ballenas, de traineras y de baserris, caseríos en medio del campo donde convivían varias familias compartiendo algunas dependencias. Abajo cocina y cuadra y en la parte superior “aposentos”.

También nos indicó que Hondarribia, a orillas del Bidasoa, ya existía allá por el año 1150. Que en 1203 Alfonso VIII le concedió la Carta Puebla, este documento recogía una serie de privilegios que otorgaban los reyes cristianos a determinados grupos poblacionales y bla, bla, bla.

Y estaba pendiente de la charla, del paisaje y del cielo. Giré la cabeza y conseguí ver el Mar Cantábrico entre brumas. Bravo, espumoso y gris.
Y por fin llegamos a Hondarribia. Accedimos a pie a la ciudad amurallada por el Arco de Santa María y nos sorprendieron balcones y blasones.
Fuimos subiendo por aquella calle de otra época hasta el Castillo del Emperador Carlos V. Me llamaron la atención los impactos de bolas de cañón en sus recios muros. Estaba situado en una coqueta plaza rodeada de casas de balcones adornados con vistosas flores de mil y una tonalidades. Desde un extremo de la plaza oteamos Francia al otro lado del Bidasoa, concretamente Hendaya, y entonces comprendí el porqué de los impactos en los lienzos de la muralla. Otrora soportó numerosos asedios y sufrió ataques por su posición fronteriza.
Dejamos atrás la plaza y nos adentramos aún más en aquellas calles ancladas en el pasado. Llegamos a otra pequeña plaza y vimos un muro con las grietas pobladas de culantrillos, qué humedad.
Seguimos calle abajo, salimos del recinto amurallado, y nos acercamos al puerto pesquero.
En casi todos los balcones colgaban Ikurriñas y macetas que presentaban sus mejores galas, puertas y ventanas de madera de vistosos colores… y gente amable.
Gente que hablaban en euskera y que cuando te dirigías a ellos te contestaban en español y además… con una sonrisa.

Almorzamos en un Batzoki, término que viene a significar “lugar para reunirse”. En este establecimiento de techos bajos dimos buena cuenta de un arroz con chipirones y un codillo de pato que nos chupamos hasta los dedos, todo regado con un vinito de la tierra.
Biarritz

Tras la ingesta el bus cruzó la frontera y se adentró en la provincia vasca francesa de Lapurdi. Acomodado en el asiento no llegué a dormitar. Mientras, nuestra guía amenizaba la sobremesa con una lección de historia de españoles y gabachos. Y casi sin darnos cuenta llegamos a Biarritz, ciudad de veraneo y capital del surf. De hecho en Playa Grande observamos mucho ajetreo, surfistas cabalgando olas y medio-surfistas en la arena disfrutando del espectáculo… gratuito.

En aquel pueblecito de la costa francesa nos dieron tiempo libre y paseamos por unas calles atestadas de gente. Y en aquel lugar oímos muchas lenguas, como si de una Torre de Babel se tratara.
Nos llamó la atención una iglesia neogótica de tonos grises que presidía una plaza, accedimos a su interior y nos interesamos por ella. Supimos que se trataba de la Iglesia de Santa Eugenia en honor a la Emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III.
Salimos al exterior, cruzamos la calle y nos aproximamos al paseo marítimo. Y allí nos unimos cuál hormigas a una hilera de turistas que seguía un mismo camino.
Subimos una empinada escalera y accedimos a una atalaya. Desde este lugar elevado disfrutamos de unas espléndidas vistas de Biarritz, su costa, su mar, sus gentes y su cielo de tonos grises.
Se me ocurrió hacer una panorámica desde aquel privilegiado lugar, así la cámara con fuerza y disparé hasta en cinco ocasiones siguiendo una línea horizontal imaginaria.
Seguimos adelante a través de los jardines con el acantilado a nuestra derecha. Nos llamó la atención lo agreste de la costa y el estruendo que producían las olas al chocar en una gruta cercana.
Oteamos una muchedumbre de variopinta indumentaria que peregrinaba por el acantilado y sobre un puente de color blanco para acceder a una piedra donde se erigía una virgen, blanca también. Se trataba de la Roca de la Virgen, había tanta gente que decidimos no ir.
Aún disponíamos de tiempo libre y nos acercamos a la Playa del Puerto Viejo, una playa donde nadie usaba sombrilla, “parapluie” o como diablos se dijera en “franchute”. Un poco después ya estábamos subiendo al bus, acomodándonos en nuestros asientos y abandonando aquel bullicioso pueblo de la costa vasca francesa.
Saint Jean de Luz

Antes de salir del país vecino visitamos otro pueblo con mucha historia. En esta otra población costera, en la Iglesia de San Juan Bautista se caso Luis XIV, el Rey Sol, con una hija de Felipe IV, la infanta de España María Teresa. Esta boda y los acuerdos y pactos que se sucedieron después dieron lugar a la llegada de la Casa de los Borbones a España.
Otrora puerto de corsarios franceses, este enclave como muchos otros de esta costa también se dedicó a la caza de la ballena.
Paseamos por el casco antiguo, calles atestadas de gente, gente y más gente. En tiendas y puestos, productos típicos de la región, y sobre todo uno de chocolate… que nos llamó la atención: macarons.

Y algo más tarde, ya íbamos camino de Bilbao. Había sido un día agotador de cielos cubiertos pero sin lluvia. Caía la tarde, unos tímidos rayos de sol se filtraron entre las nubes como despidiendo el día. 20ºC

Camiones cargados de troncos, baserris aislados, un reluciente porsche que hostigaba a los coches que le precedían, pegué una cabezada, me desperté con el ajetreo del bus, giré la cabeza y comprobé que muchos de mis compañeros de viaje dormitaban acomodados en sus asientos.
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