Sierra Nevada - Flora de altura

Flora de altura

Crónicas de campo - Sierra Nevada

Continuamos persiguiendo una primavera que por mucho que nos empeñemos… nunca será perpetua.

Jamás visité Sierra Nevada por estas calendas, aunque… ahora que recuerdo… sí hubo una vez, sí, sí. Un viaje de fin de curso, hace muuuuucho tiempo, tendría unos quince años y la cabeza… pues en las cosas de los chavales de mi edad. ¿Botánica?, pffff.

Aún recuerdo a muchos de mis compañeros de clase. A algunos les perdí la pista y nunca supe qué fue de ellos y a otros… los saludo de vez en cuando.

Gracias a las redes sociales pues he vuelto a saber de Vicente, fuimos uña y carne. Qué tiempos aquellos, aún recuerdo esas tardes estudiando juntos en su casa, se me vienen a la memoria cómo nos preparábamos los exámenes de Historia de todos los lunes del profesor Lekue, aquella pasión por la naturaleza que nos inculcó el profesor Arbosa, que nos adoctrinada con un grueso libro de tapas rojas que él mismo había editado, y del aprendizaje del inglés a golpe de soniquete… mejor ni hablo.

También recuerdo cuando para jugar al fútbol escogíamos los equipos mediante aquel método infalible del “oro y plata”, tan pésimas eran mis dotes futboleras que siempre me elegían el último y…

Me estoy yendo por las ramas, que… ¿dónde diablos estaba?. Ah, en Sierra Nevada. Eso… persiguiendo la primavera, qué cabeza la mía. Se nos metió entre ceja y ceja subir a las alturas y echar un vistazo a la interesante flora vascular de tan emblemático lugar.
Nos detuvimos en el arcén, no recuerdo la cota a la que estábamos pero sí que habíamos dejado muy abajo la línea del bosque de pinos. Casi había olvidado lo que era pasar frío pero con solo abrir la puerta del coche… se me refrescó la memoria, nunca mejor dicho. Un viento gélido nos hizo tiritar.
Miré el entorno y todo me pareció interesante. Un mar de nubes nos impedía ver el valle y las aulagas, que parecían estar encendidas, se desparramaban por la ladera hasta llegar al mismo límite del bosque. Trasteé en el maletero, me coloqué las rodilleras y cogí la cámara, la noté nerviosa.
Pasé junto a unas plantas a las que no presté mucha atención, me resultaron tan familiares… el colorido de su flor, la forma del tallo y la disposición y textura de las hojas…las tomé por matagallos pero… me detuve un momento y me puse de rodillas, a su altura. Entonces caí en la cuenta de que no se trataba de ningún tipo de Phlomis ni mucho menos. Tenía ante mí una especie que jamás había visto, nadie me la presentó antes. Más tarde conseguiría identificarla correctamente como Marrubium supinum.
Seguí caminando y unos metros más allá me llamó la atención una especie tallicorta que tampoco atiné a identificar. Me puse casi a su altura y me deleité con la delicada belleza de lo que tenía ante mí. Estuve un buen rato jugando con la composición y la profundidad de campo. Hacía mucho frío pero no me importó.
Me quedé un buen rato tendido en el suelo observando la cantidad de especies distintas que poblaban aquel pequeño rincón. Qué distinto era observar todo aquello a su altura, ¿que no te haces una idea?, pruébalo y ya me cuentas. Texturas.
Estaba allí tendido cuando oí un ruido a mi izquierda, en la ladera. Levanté la mirada y observé un grupo de cabras entre los matorrales almohadillados. Las nubes las envolvían y aquel momento me pareció mágico. Les disparé.
Volvimos al coche y seguimos por aquella sinuosa carretera de montaña. Habríamos alcanzado la cota de 2.500m. cuando nos detuvimos de nuevo. En aquellas alturas hacía mucho más frío, allí… un viento gélido imponía sus condiciones.

Nos llamó la atención cómo un grupo de intrépidos aventureros bien pertrechados, abrigados como si fuera invierno, con mochilas y bastones, en fila india se perdía entre las nubes. Nos miramos y caímos en la cuenta de que nos podíamos desorientar y procuramos tener la carretera siempre a la vista.
Lo nuestro fue un agradable paseo entre las nubes. Veíamos algo interesante, allí que desplegábamos toda nuestra parafernalia y nuestras ganas. Conseguimos localizar especies que no habíamos visto jamás. Después ya llegaría el momento de identificarlas, o no.
Especies de poca altura osaban colonizar aquel lugar castigado por el frío y azotado por el viento. No pocas veces me tendí para ponerme a su altura y captar la belleza de lo que tenía ante mí. Detalles.

Supuse que la mayoría de las especies que moraban aquel lugar serían endemismos, ya tendría tiempo mucho después para averiguarlo. Optamos por bajar de cota y allí que fuimos entre las nubes con el ojo izquierdo pendiente del tráfico y el derecho de la ladera pedregosa, como los camaleones.
Afortunadamente la carretera estaba tranquila, no circulaba nadie y nos detuvimos en varias ocasiones donde pudimos. Volvimos a tener un breve encuentro con nuestra amiga la dedalera. Sus flores a medio abrir, tallos estilizados y recias hojas.
Una especie almohadillada de inflorescencias rosas colonizaba las grietas de las piedras. Una cosa me llamó la atención, sus tonos rosáceos eran los que más resaltaban en aquel paisaje dominado por las nubes.
Subí por la ladera, entre las aulagas y piornos y conseguí localizar un diminuto Dianthus. Compartía paraje con otra especie de pequeño porte, muy abundante en aquel lugar, de diminutas flores moradas. Esta resultó ser Acinos alpinus

Seguimos bajando de cota, huyendo de las nubes y empujados por el viento. Llegamos a un desvío y sin pensarlo dos veces tomamos aquella carreterilla de montaña que no sabíamos dónde diablos nos llevaría.
A partir de ahí no nos encontramos con nadie. La calzada era muy estrecha pero en buen estado. Llegamos a una pequeña cantera y nos detuvimos. Nada más bajarme del coche caí en la cuenta de la biodiversidad que atesoraba aquel lugar. De un simple vistazo conté hasta doce especies diferentes.
Una de ellas me llamó la atención, me resultó familiar, creía haberla visto antes en la Sierra del Pinar. La identifiqué sin atender a ningún tipo de criterio como Vella spinosa, de bellas flores amarillas.
Otras no menos interesantes moraban en aquel paraje. Y localicé una de flores amarillas que en un principio identifiqué como una cerinthe.

Cerinthe… Cerinthe… nada más lejos de la realidad, cuando llegó la hora de ponerle nombre y apellidos fue la especie a la que más tiempo dediqué, y eso que le puse empeño. Se trataba de Onosma tricerosperma subsp granatensis.
Llegó la hora de la comida y hubimos de dejar a un lado nuestra pasión por la fotografía. Nos detuvimos en lo alto de un collado y tan pronto como llegamos el viento se encargó de echarnos de aquel lugar, qué frío.
Fuimos bajando de cota y detuvimos el coche junto a un bosquete de pinos, a resguardo del gélido viento. Allí dimos buena cuenta de nuestros caldos y viandas. En la sobremesa crucé la carretera y comencé a subir por la pedregosa ladera que teníamos enfrente.

Me llamó la atención un grupo de Berberis hispanica en flor. Me arrodillé e intenté captar la belleza de sus diminutas flores amarillas.
Miré alrededor, al suelo y me sorprendió localizar una delicada Silene, de unas flores tan bellas como no había visto antes. No me tendí en el suelo para no aplastar ninguna y de rodillas les disparé.
Allí competía en belleza con dos especies de flores amarillas.

Me puse de pie y oteé el amplio paisaje que se abría ante mí. Me apenó comprobar el ingente número de canteras que salpicaban aquellas montañas como si de heridas se tratase.

Continué bajando por la ladera, esquivando los arbustos espinosos. Conseguí localizar otras especies y allí que me arrodillé, que no para rezar.
Hay especies que no he conseguido identificar. Y es que… nunca estuve por estas calendas en aquellos parajes.
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