Sierra Nevada - Mulhacén

Mulhacén 

Crónicas de campo - Sierra Nevada

Capileira, 19 de Julio

Querida familia:

Otra vez me decido a escribiros unas líneas. Hoy es el gran día.

Desde las 7 de la mañana estamos en planta. Hemos desayunado en un bar que hay enfrente, al otro lado de la calle, entremezclados con la gente del pueblo. En las oficinas del Servicio de Interpretación Ambiental de Altas Cumbres hemos esperado pacientemente que llegue el bus lanzadera que nos va a llevar allí arriba, al Alto del Chorrillo.

Hace calor, casi tanto como ayer. Miro a mi alrededor y compruebo que aunque nos une una misma afición, no todos vestimos igual. Unos discretos, otros llamativos. Unos pantalón corto, otros de largo. Unos con bastón y otros sin él.

Tanta gente y tan poco autobús que he pensado por un momento que íbamos a tener que subirnos a codazos, pero afortunadamente no ha sido así. A pesar de haber salido algo más tarde de lo que indicaba el tique… no me ha importado.
Durante algo más de una hora hemos ido subiendo y subiendo por una interminable pista forestal. El autobús traqueteaba como si fuese a romperse en cualquier momento. En algunas curvas el mismo polvo que levantan las ruedas ha revocado y entrado en el bus, algunos han tosido, yo he protegido instintivamente la cámara con la mano. A nuestra derecha una empinada ladera que baja y baja pareciendo no tener fin, con tanto desnivel que de rodar por allí no se hubiera salvado ni la matrícula.

De pronto el autobús se ha detenido en medio de la nada. Hemos bajado apresuradamente y cado uno ha buscado su mochila en la bodega. Al intentar agarrar la mía me he golpeado en la frente y a poco pierdo el sentido, más todavía.

Me calé mi sombrero, me unté crema protectora en los brazos y me colgué la mochila. Mientras mis compañeros de expedición hacían lo propio he girado sobre mis botas y me he entretenido oteando el paisaje, majestuoso. Sé que os gustarían estas vistas.
Estamos casi en lo más alto, a nuestra espalda el sol que más calienta. Tanto deslumbra, tan incómodo de mirar hacía allí que ni siquiera oteo el paisaje en aquella dirección, solo sé que hay muchas montañas. Miro al frente y ahí mismo está la loma que sube al Falso Mulhacén de 3.362m. Detrás de esa enorme mole se oculta nuestro destino: el Mulhacén, el pico más alto de la Península Ibérica. 3.479m.
Recorro con la mirada hacia la izquierda las cumbres aserradas del inconfundible color de la piedra desnuda. Entre ellas solo atino a identificar el Veleta con su peculiar tajo vertical a la derecha.

Querida familia, espero que algún día podáis subir a estas alturas y disfrutar de la inmensidad de este paisaje que me rodea.
Hemos comenzado la caminata y algunos suben por la ladera como si los llevase el diablo, dios santo. Una línea multicolor de personas señala por donde discurre el sendero en la enorme loma que tenemos delante. El color predominante es el verde fluorescente, alguien que yo me sé diría… “fosforito”
Tenemos por delante una subida de unos 6 kilómetros y vamos a recorrerla como acostumbramos a hacerlo… a nuestro ritmo. Numerosos hitos de piedras apiladas marcan el camino a seguir.

En esta loma desnuda donde nos ha dejado el autobús hay pocas especies botánicas en flor. Las arbóreas quedaron muy abajo en aquella ladera por la que traqueteó el autobús, solo algunos enebros osan morar a esta altura y siempre al respaldo, entre las piedras.
Al mirar atrás hemos caído en la cuenta de que somos los últimos, no nos ha sorprendido. Vamos subiendo la loma y conseguimos localizar muchas más especies botánicas. La mayoría ya las conseguí identificar en un anterior asalto a Sierra Nevada, hace semanas, en aquella ocasión por el oeste. ¿La recuerdas?.

Sí, creo recordar que titulé la crónica algo así como “Flora de altura“
Sigo subiendo inmerso en mis pensamientos, miro arriba y veo puntos de colores llamativos, muy lejanos, en la inmensidad de la desnuda ladera, entonces caigo en la cuenta de todo lo que nos queda aún por subir.
Nos hemos detenido un momento para hacernos una foto de grupo. He desplegado trípode, dispuesto figurantes y… éste es el resultado. Al fondo El Veleta.
Aún no hemos llegado al falso Mulhacén cuando me he agachado a fotografiar lo que en un principio identifico como un grillo de matorral, se trata de un ortóptero endémico de Sierra Nevada. Al incorporarme me he mareado y he andado intentando guardar la compostura durante unos metros. Lo curioso del caso es que más adelante me he agachado una vez más a fotografiar no sé qué especie botánica y… me he vuelto a marear, maldita sea. Me he detenido un momento y todo ha vuelto a la normalidad. A punto he estado de abandonar mi afición a la botánica cuando he hablado con Selu de esto y me dice que a él le está pasando lo mismo.
Hemos seguido subiendo y ya solo nos agachamos una vez de cada cinco. Nos hemos aproximado a unas enormes piedras y hemos localizado la más bella flor que mora en estos parajes. A sabiendas de que nos íbamos a marear nos hemos tirado por los suelos, y es que… el encuentro lo merecía.
Ha bajado la temperatura y mis compañeros se han abrigado, yo… no. Hemos ido subiendo mezclando la fotografía paisajística con la de plantas tallicortas. A determinada cota desaparecieron los mareos por mucho que nos agacháramos, como si nos hubiéramos adaptado a aquellas alturas.
Nos movemos por un auténtico pedregal, es increíble la adaptación de muchas especies botánicas a morar en estos inhóspitos parajes, y a tanta altura. En el falso Mulhacén hemos conseguido localizar varios taxones muy interesantes.
Allí mismo existen como unas corraletas de piedras apiladas. He fotografiado una de ellas con el Veleta a modo de decorado. Estas construcciones también las hay en la desnuda ladera, en medio de la nada.

De pronto he visto un grupo de montañeros bajando y me ha parecido reconocer a alguien. Me te detenido en el mismo sendero y he esperado a que llegase a mi altura, ahí ya no he tenido dudas de quién era. En ese momento le he espetado si era Carlos. Me ha mirado, ha dudado, me ha sonreído y… nos hemos dado un apretón de manos y después un fuerte abrazo. No tenía el gusto de conocerlo en persona y sinceramente… ha sido un emotivo encuentro. Me ha presentado a los montañeros que le acompañaban y yo he hecho lo propio. Hemos cambiado impresiones durante un rato y nos hemos despedido con un “nosvemosenlasmontañas”.
Al mirar arriba he comprobado que nos queda muy poco para alcanzar la cumbre, por fin. Al volver la mirada al sendero me he llevado una grata sorpresa, dos especies botánicas muy interesantes me han saludado. Me he descolgado la mochila y me he tirado por los suelos. He mirado por el visor y me ha sorprendido la belleza de lo que tenía ante mí. Dos especies de plantas tallicortas que jamás había visto antes.
Es la una y media cuando hemos tocado cima. Desde aquella atalaya más que privilegiada las vistas son impresionantes. Oteando el paisaje me he acordado de vosotros, querida familia, y ojalá os hubiera podido transmitir en ese preciso instante mis sensaciones. Estoy arriba, lo he conseguido. Jamás me imaginé que algún día pudiera subir aquí y es que… mis maltrechas rodillas se han portado bien.  
Nos hemos encontrado mucha gente haciéndose fotos por turnos en el vértice geodésico. Incluso allí arriba nos hemos topado con ese capullo que no respeta las normas, sí… esas normas que sin estar escritas la mayoría acatamos y cumplimos. Vamos a ver muchachito,…si te han hecho la foto, quítate quítate. Cede el sitio a los demás, pues no. Allí ha permanecido el mentecato durante un buen rato “posando” en las fotos de grupo de todos los demás. Y en la nuestra pues… uhmmmm… tendré que pecar y… retocar, retocar.
Estando allí arriba han empezado a entrar nubes y han ocultado el sol. Vienen cargadas de agua y el color gris ha ido tiñendo aquellos parajes. Hemos pensado que ha llegado el momento de bajar de estas alturas.
Iniciamos el descenso. En medio de aquel pedregal nos hemos topado con el dueño y señor de aquellas inhóspitas cumbres. Un impresionante macho de cabra montés que se ha pavoneado ante nosotros. Siempre ha mantenido una prudente distancia haciendo alarde de su poderosa cornamenta y otros atributos.
En la bajada nos hemos detenido un momento para hacer cálculos de cuánto nos queda de camino y la hora que debemos tomar el bus lanzadera, y… maldición, hemos caído en la cuenta de que vamos mal de tiempo. En ese momento hemos apretado el paso, olvidando nuestras aficiones fotógrafas y botánicas, y hemos bajado apresuradamente. Al final hemos llegado sin problemas al autobús. Lo más tedioso de la jornada han sido las más de dos horas de interminable pista forestal. Una a la ida y algo más a la vuelta.
Aprovecho este momento en el que mis compañeros de expedición preparan el petate para terminar de escribir esta carta. Creo que no me he dejado nada en el tintero. Bueno… querida familia, vuelvo a casa.

Lo más probable es que yo llegue antes que la carta, al menos la tendremos a mano para recordar aquella ocasión en que conseguí alcanzar la cumbre más alta de la Península Ibérica: el Mulhacén.

Besos
Volver a Sierra Nevada
Share by: